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Adagio Arquitectos

Revista Yucatán: LA CIUDAD DE LAS CINCO COLINAS / Arq. William Ramírez

La ciudad de las cinco colinas. Historia de ciudades

Arq. William Ramírez Pizarro

Socio Fundador de Adagio

 

Hace algún tiempo en un país no tan lejano, existió una ciudad como tantas otras de las que tenemos memoria: una ciudad longeva, de casi cinco siglos de vida, que hacia los ojos de propios y extraños gozaba de una salud excelente; ya saben, se veía fuerte y vigorosa, engalanada con los pasajes y espacios urbanos de los que presumía y que en los últimos años desbordaba un vertiginoso crecimiento. La calidad de vida en ella era reconocida y premiada, tanto en este país no tan lejano como fuera de él, y se consideraba ejemplo para ser copiado por otras ciudades. 

Un buen día de invierno, T’hó amaneció indispuesta… Es decir, presentaba tal vez un cuadro gripal, algo muy común en estas épocas de cambios bruscos de temperatura, de mañanas cálidas y madrugadas gélidas y húmedas.

El sentimiento del cuerpo cortado, la dificultad para respirar y la nariz congestionada; nada que cuatro ibuprofenos de 200 mg con intervalos de 8 horas no pudieran remediar. Así inició su día, automedicada, aún con algunas molestias menores pero convencida de que su malestar era algo común y afín a la estación.

Pasaron algunas semanas y su estado de salud no mejoraba, tenía que tomar sus tres dosis diarias de medicamentos para poder sobrellevar las mañanas, las tardes, las noches y las madrugadas.

Finalmente, después de pasar por tantas penurias se decidió a que el día de hoy visitará a un especialista, ya que después de haber intentado todas las recetas familiares, incluyendo las de su abuela, su salud, la cual anteriormente había sido objetivo de reconocimiento y halagos, parecía estar empantanada dentro de un agujero sin fondo.

Muy temprano por la mañana, después de completar sus compromisos impostergables, T’hó llamó al geriatra que le habían recomendado otras ciudades con más edad, para concertar una cita. Se presentó al consultorio médico del especialista rayando el mediodía, fue recibida por la asistente, la cual registró sus datos generales y le pidió que pasara con el médico para su primera entrevista.

Después de haberse presentado, T’hó comenzó relatando la historia completa de su desafortunado estado, esperando que el galeno le diera una respuesta inmediata y certera del mal que le aquejaba. Pero no fue así. El médico, después de escuchar pacientemente todo el relato, se inclinó sobre su escritorio y tomando su recetario, comenzó a escribir en él un listado de pruebas que necesitaba se hiciera para llegar a un diagnóstico.

El listado parecía interminable: presión arterial, prueba de glucosa, contenido de glóbulos blancos, rojos y plaquetas, prueba de esfuerzo, ultrasonido, electrocardiograma, electroencefalograma y muchos otros de los que en su larga y generosa vida no había escuchado jamás. Así, después de recibir el pergamino, sorteando sus compromisos cotidianos, T’hó inició su largo andar de entradas y salidas en laboratorios, unidades de imagenología y auxiliares de diagnóstico.

Pasaron algunas semanas y T’hó, finalmente, completó todos los estudios solicitados por el especialista y nuevamente agendó una cita para llevarle los resultados de los mismos. Se presentó a la primera cita llevando bajo el brazo una cantidad asombrosa de carpetas y se las entregó. El galeno, después de revisar los documentos, quitándose los bifocales, se sentó a un lado de T’hó y se refirió a ella en tono serio e institucional: “Mi estimada paciente, es mi deber como médico informarle que su padecimiento no está relacionado a un cuadro gripal ni viral, ya que los síntomas que usted ha estado experimentando en realidad, solamente son la punta del iceberg, es decir, son síntomas que le han permitido tomar conciencia de que existe algún con problema con su salud”. En consecuencia, sobrevino una pausa incómoda, el preámbulo de la noticia… Y prosiguió el doctor: “Lo que usted presenta es una cardiopatía, una afección cardíaca o un mal del corazón, como se le conoce en lenguaje popular, y esto es debido a que, de acuerdo a los resultados de sus exámenes, usted lo ha descuidado, ha estado más interesada en el crecimiento, el embellecimiento y la publicidad que en la salud, y el corazón lo ha dejado olvidado. Por último, quiero hacer hincapié en que este crecimiento ha obligado al corazón a utilizar más fuerza para irrigar su ilimitada extensión, lo cual, como podemos ver, le ha ocasionado esta cardiopatía”.

T’hó enmudeció. Acostumbrada a la consulta con los pseudo-expertos de lo cotidiano, nunca imaginó que la opinión del experto fuera diametralmente opuesta a las voces de la grey. No obstante, aceptó el diagnóstico, ya que fue resultado del trabajo profesional de un gran número de especialistas. “Bueno”, prosiguió T’hó, “Entonces doctor… ¿Qué es lo que sigue? ¿Qué tratamiento debo seguir? ¿Existe cura para mi mal?”. Cuando T’hó terminó con sus cuestionamientos, el médico tomó en sus manos el expediente y prosiguió: ”Sí, claro que existe cura para su mal, y aún para su malestar inmediato, puedo darle un sinnúmero de consejos e ideas para aminorar los efectos que le impiden desarrollar su vida diaria de forma normal. Si realmente quiere curarse, le voy a decir dos cosas que debe hacer:

La primera, aun cuando parece sencilla, no lo es tanto: Deje de crecer, utilizando todos los medios de los cuales dispone. Deje de crecer, y eso significa hacer caso omiso a las presiones, producto de los halagos y compromisos que usted ha contraído durante su existencia; deje de crecer apoyándose en las personas que no tienen intereses sobre usted, más que aquellos relacionados con su salud; recuerde la frase de Nikola Tesla: “Como un hijo de mi patria creo que es mi deber ayudar a la ciudad de Zagreb en todos los aspectos con mi asesoramiento y trabajo”. Recuerde que como él, hay muchos dispuestos a apoyarla a recobrar y conservar su salud.

La segunda, parecería aún más sencilla, pero lo es menos que la anterior, ya que los encargados de la administración de sus propiedades se han empeñado en dejarla en el olvido. Usted ha vivido sobre la premisa que hay que escuchar a los que la rodean y que hay que escucharlos siempre, pero cuando llegamos al punto de los especialistas, no sólo deberá tener la obligación de escucharlos sino también de obedecerlos, y eso, mi estimada T’hó, es la clave de una vida sana. Como dicen los antiguos: “Y para muestra un botón”. Vea a su alrededor, vea aquellas ciudades que le doblan la edad. ¿Alguna vez se ha preguntado cómo recuperaron la salud en tiempos de crisis financieras, migración, pandemias o guerras? Sencillamente así, obedeciendo a los especialistas”.

Agradecemos a la Revista Yucatán por el espacio que nos otorgaron para poder compartir nuestra visión acerca de la importancia de escuchar y trabajar en consecuencia con los especialistas.

 

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